Yoga como regreso
cómo aprendí a escucharme entre posturas y silencios
El yoga llegó a mi vida en 2010 como un susurro que, con los años, se convirtió en conversación profunda.
Gracias a él descubrí que cada postura era una pregunta al cuerpo y cada respiración, una respuesta del alma. Viajé a India dos veces: primero a Rishikesh para aprender con Acharya Prem la disciplina del Hatha y el flujo del Ashtanga; después a Amritapuri, donde el Karma Yoga me enseñó que servir es también meditar.
Regresé a España con las manos llenas de silencio y la certeza de que el yoga no es solo movimiento, sino reconexión. Cada clase que imparto —ya sea Hatha, Vinyasa o Prenatal— es una invitación a ese regreso. No busco perfección en la postura, sino presencia en el instante. Porque cuando te flexionas hacia adelante, no solo estiras la espalda: te inclinas hacia ti mismo.
Y ahí, en ese recogimiento, suele estar la paz que andabas buscando.












